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Educaciones y pedagogías para una paz futura.

Todas las regiones de Colombia se cubren con el manto tormentoso de una noche oscura y el repetido amanecer de la pesadilla de la guerra. Las ciudades y el campo convertidos en escenarios de muerte, la muerte como puñalada por la espalda que manos anónimas causan sin nombre y sin justicia. Incontables luchadores, líderes y lideresas han sacrificado su vida con la esperanza de una mejor convivencia y hospitalidad, donde se pueda vivir juntos, aprendiendo a conversar para solucionar los problemas de otra manera y sin acudir a la violencia de las armas, mientras la clase gobernante argumente cínicamente que todo acaece a su espalda. Una vez más el Estado criminalizando la pobreza, los márgenes sociales y las protestas, cuando se afirma que los líderes obreros y estudiantiles son vándalos. La represión física y simbólica cuando se intenta tomar la palabra para denunciar las iniquidades de la máquina de guerra en poder de los poderosos, donde la acción policial pierde su sentido de cuidar al ciudadano.

Los niños, las niñas y los adolescentes han padecido el dolor y el padecimiento de ser hijos de una violencia esencial a una cultura de muerte como patrimonio de los colombianos, inoculada por la clase gobernante que administra los aparatos ideológicos del Estado Narco-paramilitar, donde la corrupción, la mentira manipuladora de los organismos jurídicos, el incumplimiento de los acuerdos, la calumnia intencional, donde ha primado el exterminio físico, pero también el exterminio de los seres hablantes en su camino al habla.

Un Estado criminal reconocido como la práctica ideológica del actual partido de gobierno. A lo largo de 20 años, han colocado al país frente a los ojos del mundo, donde la civilización es guerra y el progreso hambre, como un laboratorio de violencia a los ojos del mundo, donde según informes de organismos como la OCDE, indican que la educación colombiana es la peor de Latinoamérica y que la pobreza se hereda durante 12 generaciones, mientras en otros países, sólo de 3 o 4 generaciones. La corrupción de la clase gobernante ha relegado la infamia del hambre sin vergüenza alguna a más de 20 millones de colombianos.

Los lenguajes del nuevo mundo del ciberespacio y la ciber-cultura se imponen verticalmente sin conversatorios que generen en las comunidades educativas un nuevo contrato social. Contrato social que se teja como un pacto histórico, donde las diferencias sean articuladas y los docentes reconozcan que somos habitantes de un universo simbólico pluricultural.

Las territorialidades generan otras geopolíticas y bio-políticas, des-territorialización y re-territorialización, donde los modelos pierden su poder de planeación, luego de la pandemia del coronavirus, donde la incertidumbre corresponde a la nueva filosofía del ser habitante del mundo globalizado. La ciencia de la planeación y la administración se mueve de acuerdo al impacto de los acontecimientos que producen fracturas sociales y revientan el discurso de los futurólogos de la política y la economía.

El campo de la educación pública está marcado por muchas décadas por reformismos pedagógicos, donde el uso de las tecnologías de la información y la comunicación y el instrumentalismo virtual de las tareas desbarata la educación presencial e implanta el aburrimiento de ser maestro como el nuevo malestar social del sistema educativo.

Propongo la pregunta: ¿Por dónde comenzar? Los encuentros-conversatorios donde quiera que los individuos, los grupos y los colectivos como sujetos hablantes, nos arriesgamos a tomar la palabra, envueltos en micro-relatos, se plantea la exigencia ética como compromiso y responsabilidad política, cuando se trata de hacer un pare como pliegue de la memoria reflexiva para abrirnos a la interpelación, teniendo como referente el acontecimiento de la cuarentena que padecimos, un antes y después que debemos convertir en un dispositivo narrativo cognitivo, porque aflojó los cimientos de nuestro edificio educativo.

Sobre la línea de ruptura en las representaciones cotidianas que produjo la Pandemia, el posicionamiento político como acto ético-estético, entra al malestar social educativo, producido por la cultura de muerte, a nivel mundial, efecto de la globalización del consumismo, la transición de la escuela tradicional del castigo y la vigilancia hacia la escuela de la virtualidad, se intensifica el malestar psíquico en las comunidades educativas: los padres, los estudiantes y los maestros, perdemos la orientación y es imprescindible, asumir un nuevo re-comienzo de la vida escolar, teniendo como telón de fondo la experiencia de la cuarentena, para generar una nueva cartografia de los afectos, donde dimensionemos la simbólica del amor, formulada por Hanna Arendt, para una nueva condición humana, donde las ciudades no sean campos de concentración, ni las escuelas hornos crematorios de la infancia y la adolescencia, sino lugares para potenciar la vida.

Los maestros tenemos la obligación de convertir los actos de habla escolar en actos éticos, así la educación como acto ético debe generar formas de tolerancia y reconciliación para reinventar el comienzo de una escuela, creativa, afectiva y hospitalaria.

La convivencia tiene que ser un acto político, un acto de habla, una interpelación constante para que la paz, no sea una lección de memoria curricular, un acto de memoria informativa. Se requiere una nueva ontología, una nueva filosofía de la educación para construir escuelas contemporáneas al mundo globalizado y para la formación de maestros, en donde se haga el esfuerzo de responder las preguntas:

¿Qué es habitar para un sujeto hablante como individuo, grupo o colectivo, en un mundo de violencia, en un mundo en crisis?
¿Cómo hablar, escribir-conversar e interpelar en un nuevo mundo, donde los servicios de inteligencia del estado controlan los discursos y persiguen a los críticos?
¿Cómo levantarnos desde el amanecer, dispuestos a tomarnos la palabra y encontrarnos y resistir con acciones políticas para potenciar la vida y producir una distancia entre la cultura de muerte y la cultura para potenciar la vida?
¿Cómo agenciar procesos de reconciliación desde el conocimiento de la historia del conflicto colombiano y del mundo geopolítico?
¿Cuál debe ser el compromiso y la responsabilidad política del magisterio colombiano, sino es otra que trazar senderos de potenciación del pensamiento y nuevos combates por la historia?
¿Para qué los profesores en épocas de hambre y de pobreza?

No hay otro sendero que levantarnos y tomarnos la palabra para defender la educación presencial pública, y en ese rostro a rostro, donde la trampa de una cultura de muerte instrumentalizada por el sistema capitalista consumista y la educación como mercancía, nos interpela y al interpelarnos silenciosamente tenemos que volver a los comienzos simbólicos del oficio docente y posicionarnos como viejos maestros que inauguran día a día la educación generacional, alrededor del canto narrativo de un nuevo abecedario con sentido de paz que nos permita reinventarnos, en el lugar mismo donde los niños, las niñas y los adolescentes, podrán decir que aman el mundo que habitan y que sólo el amor, en una escuela de los afectos nos llevará a un mundo posible, a espacios escolares de reconocimiento del otro, reconciliación y hospitalidad.

La paz como experiencia discursiva debe tener como soporte la memoria corporal del acto educativo como acto ético-estético y político, un nuevo pacto como contrato social de intercambio subjetivo-afectivo, para retornarle al campo escolar el referente generacional, para transmitir la cultura en el momento en que lo contemporáneo metaforiza lo multicultural de la globalización. El dispositivo simbólico-cognitivo que configura lo ético-estético-político, permitirá convertir la paz en una verdadera obra de arte.